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Y vi a la Libertad caminando a solas, llamando a las
puertas de las casas e implorando un albergue; pero
nadie hacía caso de sus palabras suplicantes.
Después contemplé el espectáculo de la Prodigali-
dad avanzando a pasos arrogantes en todo su esplendor
ante la multitud, que la aclamaba como si fuese la Li-
bertad.
Y vi a la Religión sepultada en libros, y a la Duda
ocupando su lugar.
Y presencié cómo el hombre se ataviaba con el ropa-
je de la Paciencia, como manto para ocultar su Cobardía,
y noté que llamaba Tolerancia a la Pereza, y Cortesía al
Miedo.
Y observé cómo el intruso se sentaba a la sabia mesa
del Conocimiento, barbotando groserías, en tanto que
los invitados guardaban silencio.
Y vi que el oro llenaba las manos de los despilfarra-
dores, que lo empleaban para obrar el mal y llevar a
cabo sus perversidades; y vi también el oro en manos de
los miserables, como carnaza del odio. Pero, en cambio,
no vi oro alguno en manos de los sabios.
Cuando contemplaba estos tristes espectáculos, ex-
halé un gemido de dolor, y dije:
 Oh, Hija de Zeus, ¿pero es ésta la Tierra? ¿Es este
el Hombre?
Y ella me contestó con voz suave y angustiada:
 Lo que estás viendo es el camino del Alba, pavi-
mentado con piedras de aristas cortantes y alfombrado
de espinas. Esto no es más que la sombra del Hombre.
Esto es la Noche. ¡Pero espera! ¡La mañana no tardará
en llegar!
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Entonces me puso sobre los ojos su mano delicada, y
cuando la retiró, he aquí que junto a mí caminaba a pa-
sos lentos la juventud y, por delante de nosotros, mar-
cando el camino, marchaba la Esperanza.
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18. RESURRECCIÓN
Ayer, amada mía, yo estaba casi solo en el mundo, y
mi soledad era tan miserable como la muerte. Era como
una flor que crece a la sombra de un enorme peñasco, de
cuya existencia no se percata la Vida, pero él tampoco
se percata de ella. Mas hoy se despertó mi alma y te vi
de pie juntó a mí. Me levanté y regocijé; después me
postré de hinojos ante ti y te adoré.
Ayer, la caricia de la leve brisa me parecía áspera,
amada mía, y débiles los rayos luminosos del Sol, una
bruma cubría la faz de la Tierra y las olas del océano
rugían como la tempestad.
Miré en torno de mí, pero no vi más que mi propio
sufrimiento que estaba junto a mí, mientras los fantas-
mas de las tinieblas se elevaban y abatían en torno de
mí como buitres voraces.
Pero hoy la Naturaleza está bañada de luz, y las olas
rugientes de: han calmado y las nieblas disipado. Do-
quier tiendo los ojos, veo los secretos de la vida que se
abren ante mí.
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Ayer era una palabra sin eco en el corazón de la No-
che; hoy soy una canción en los labios del Tiempo.
Y todo esto ha ocurrido en un solo momento y fue obra
de una mirada, de una palabra, de un suspiro y de un beso.
Ese momento, amada mía, ha fundido el pasado fácil de mi
alma con las esperanzas del futuro que abriga mi corazón.
Fue como un alba rosa que brota del seno a la luz del día.
Ese momento fue para mi vida lo que el nacimiento de
Cristo ha sido para los siglos de la Humanidad, porque
estaba lleno de amor y de bondad. Trocó en luz las tinie-
blas, en júbilo el dolor, en dicha la desesperación.
Amada, los fuegos del Amor descienden del cielo en
múltiples formas y contornos, pero la impresión que
producen en el mundo es una sola. La minúscula llama
que ilumina el corazón humano es como una antorcha
crepitante que baja del cielo para alumbrar las sendas
de la Humanidad.
Porque en una sola alma caben las esperanzas y
sentimientos de toda la Humanidad.
Los judíos, amada mía, esperaron el advenimiento
de un Mesías que les había sido prometido, y que iba a
liberarlos de la esclavitud.
Y la Gran Alma del Mundo pareció rendir un culto
que ya no era necesario, a Júpiter y a Minerva, porque
los sedientos corazones de los hombres no podían refres-
carse con aquel vino.
En Roma los hombres ponían en duda la divinidad
de Apolo, dios exento de misericordia, y la belleza de
Venus ya se había marchitado.
Porque, en lo más hondo de sus corazones, estas na-
ciones tenían hambre y sed, aunque no lo entendiesen,
de la enseñanza suprema que iba a trascender a cuantos
se hallaban sobre la faz de la Tierra. Suspiraban ardien-
temente por la libertad de espíritu que enseñase al
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hombre a regocijarse con su vecino a la luz del Sol y ante
las maravillas de la vida. Porque esta anhelada libertad
es la que acerca al hombre a lo No Visto, a lo cual puede
aproximarse sin temor alguno y sin desdoro.
Todo esto acontecía hace dos mil años, amada mía,
cuando los deseos del corazón giraban en torno a las
cosas visibles, temerosos de aproximarse al espíritu
eterno... mientras Pan, Señor de los Bosques, poblaba de
terror los corazones de los pastores, y Baal, Señor del
Sol, oprimía y estrujaba con las manos despiadadas de
los sacerdotes, las almas de los pobres y desheredados.
Hasta que, en una sola noche, en una hora, en un
instante, los labios del espíritu se entreabrieron y pro-
nunciaron la sagrada palabra, «Vida»; y la Vida se hizo
carne en un infante que dormía arrullado en el regazo de
una virgen, en un establo en que los pastores guardaban
sus rebaños contra los asaltos de las feroces alimañas de
la noche, y contemplaban absortos y maravillados al
humilde recién nacido, que reposaba en el pesebre.
El Rey Niño, envuelto en los míseros harapos de su
madre, se sentó en el trono de los corazones dolientes y
de las almas hambrientas, y desde el seno de su humil-
dad arrebató el cetro del poder de las manos de Júpiter
y se lo entregó al pobre pastor que guardaba su rebaño.
Y quitó a Minerva la Sabiduría, y la entronizó en el
corazón de un pobre pescador que estaba remendando
sus redes. De Apolo tomó la Alegría a través de su pro-
pio dolor e hizo merced de ella al atribulado mendigo
que pedía limosna a la vera del camino.
Arrebató a Venus la Belleza y la derramó en el alma
de la mujer caída, que temblaba ante su cruel e infa-
mante opresor. Destronó a Baal y puso en su lugar al
humilde labriego, que sembraba su simiente y cultivaba
la tierra con el sudor de su frente.
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Amada, ¿no era acaso mi alma ayer como las tribus
de Israel? ¿No esperaba yo por ventura en el silencio de
la noche la llegada de mi Salvador, para que me liberase
de la esclavitud y de los sinsabores del Tiempo? ¿No
sentía la misma gran sed y hambre de espíritu que estas
naciones del pasado? ¿No avanzaba yo por el camino de
la Vida, como un niño perdido en el desierto y no era mi
vida acaso como la simiente arrojada sobre la piedra,
que ningún ave busca, ni los elementos pueden abrir
para hacerla fructificar?
Todo esto acaeció ayer, amada mía, cuando mis sue-
ños se agazapaban en la oscuridad y temían la llegada
del día. Todo esto vino o sucedió cuando el Dolor desga-
rraba mi corazón y la Esperanza se afanaba por zurcir
los jirones.
En una noche, en una sola hora, en un instante el
Espíritu descendió del centro del círculo de la luz divi-
na y me miró con los ojos del alma. De esa mirada nació
el Amor, que hizo su morada en mi corazón.
Este Amor grande, arrebujado en lo más íntimo de
mis sentimientos, ha convertido el dolor en Alegría, la [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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