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Picadilly Circus. Impulsó el mando principal, vio partir la máquina y volvió a la habitación.
Mary sollozaba y temblaba en brazos de Charlie. ¡Pobres niños perdidos en el bosque!
Everard se los llevó al vestíbulo. Se sentó y preparó su arma.
- Bien. Esperemos algo más.
No tardó mucho en aparecer un saltador con dos hombres, que vestían uniforme gris
de la Patrulla y llevaban las armas en las manos.
Everard los detuvo con el disparo de un débil rayo de su arma.
- ¡Ayúdame a atarlos, Charlie!
Mary temblaba, muda, en un rincón.
Cuando los hombres se despertaron, Everard estaba junto a ellos con una helada
sonrisa.
- ¿De qué se nos acusa, muchachos? - preguntó en temporal.
- Creo que ya lo saben - dijo uno de los prisioneros calmosamente -. La oficina principal
nos encargó de descubrirlos. Comprobando la próxima semana, encontramos que usted
había salvado una familia destinada a morir. El registro de Withcomb indicó que había
venido aquí a cooperar en el salvamento de esta mujer, que también había de fallecer
esta noche. Es mejor que nos suelte, o será peor para usted.
- No ha cambiado la Historia. Los danelianos están aún allá arriba, ¿o no?
- Sí, claro; pero...
- ¿Cómo sabían ustedes que la familia Enderby tenía que morir?
- Su casa fue bombardeada y nos dijeron que la habían abandonado, porque...
- ¡Ah, pero el caso es que la abandonaron! Está escrito. Ahora bien: usted quiere
cambiar el pasado.
- Pero esta mujer aquí...
- ¿Están ustedes seguros de que no es la Mary Nelson que vivió en Londres en 1850 y
que murió, ya anciana, en 1900?
- Está usted intentando algo difícil. Pero no le valdrá. No puede usted luchar con toda la
Patrulla.
- ¿Creen ustedes eso? Puedo dejarles a ustedes aquí para que los Enderby los
encuentren. He preparado mi vehículo para surgir, en público, en un momento que solo yo
conozco. ¿ Cuál va a ser entonces la Historia?
- La Patrulla tomará medidas correctivas..., como ya lo hizo usted en el siglo V.
- ¡Quizá! Pero yo puedo hacérselo mucho más fácil, sin embargo, si quieren escuchar
mi apelación. Quiero ver a un daneliano.
- ¿Quée?
- Ya me han oído. Si es preciso, montaré ese saltador de ustedes y avanzaré un millón
de años. Les haré ver cuánto más sencillo sería para ellos concedernos una tregua.
- No será necesario.
Everard giró sobre sí, ahogando un grito. El aniquilador se escapó de sus manos. No
podía mirar a la forma que resplandecía ante sus ojos.
- Su apelación era ya conocida y estaba juzgada siglos antes que usted naciera. Sin
embargo, era usted un eslabón necesario en la cadena del tiempo. Si usted hubiera
fallado esta noche, no habría habido perdón. Para nosotros era cosa decidida que un
Charlie y una Mary Wíthcomb vivieran en la época victoriana de Inglaterra. También lo
estaba que esta Mary Nelson muriese con la familia Enderby, a quien visitaba en 1944, y
que Charlie Withcomb había de vivir soltero y, por último, ser muerto en servicio activo
con la Patrulla. La discrepancia fue advertida, y como la más ligera paradoja es una
peligrosa debilidad en la textura espacio-tiempo, ha de ser rectificada eliminando uno u
otro hecho, que no habrán existido jamás. Y ya he decidido cuál ha de ser.
Everard supo, allá en su agitado cerebro, que los patrulleros estaban súbitamente
libres. Supo que su saltador había sido..., estaba siendo..., seria... arrebatado
invisiblemente fuera de aquel momento que ahora se vivía. Supo que la Historia diría
ahora: la W.A.A.F. Mary Nelson desapareció, probablemente muerta por una bomba
cuando se dirigía a casa de los Enderby, muertos con ella al ser destruida; que Charlie
Withcomb desapareció en 1947, probablemente ahogado. Supo que a Mary le fue
revelada la verdad, juramentándola para no descubrirla a nadie, y que se la envió, con
Charlie Withcomb, a 1850. Supo que ambos se abrirían paso en la vida, dentro de su
propia clase media, pero se sentirían siempre extraños bajo el reinado de Victoria; que
Charlie tendría siempre el recuerdo nostálgico de haber estado en la Patrulla, pero que,
volviéndose a mirar a su mujer y a sus hijos, pensaría que él abandonarla no había sido
un sacrificio tan grande, después de todo. Todo eso supo, así como que el daneliano se
había ido.
Sin embargo, cuando se desvaneció la vertiginosa oscuridad de su cabeza y miró con
clara percepción a los patrulleros, no sabía aún cuál iba a ser su destino.
- Venga - dijo uno de ellos -. Salgamos de aquí, antes que alguien se despierte. Le
daremos un impulso hacia su año 1954, ¿no?
- Y luego, ¿qué?
El patrullero se encogió de hombros. Bajo su descuidada actitud se advertía la
impresión que le produjo la presencia del daneliano.
- Diríjase al jefe de su sector. Se ha mostrado usted incapaz de una tarea fija.
- Entonces..., ¿estoy despedido?
- No se ponga dramático. ¿Creía usted que su caso era único en un millón de años que
lleva trabajando la Patrulla? Para casos como el suyo hay un procedimiento habitual.
Necesita usted más adiestramiento. Su tipo de personalidad va mejor con el servicio de
agente libre; para cualquier siglo y lugar, doquiera y cuando quiera que se le necesite.
Creo que le gustará.
Everard subió cansinamente al saltador. Cuando se apeó de nuevo, habían pasado
diez años.
VALIENTE PARA SER REY
1
Una noche de mediados del siglo XX, en Nueva York, Manse Everard se había puesto
un raído traje de casa y estaba preparando unas bebidas. El timbre de la puerta le
interrumpió. Lanzó un juramento. Lo que él quería ahora - después de varios días de
fatigoso trabajo - no era compañía, sino seguir leyendo las antiguas narraciones del
doctor Watson.
Bueno; quizá pudiera dominar aquel mal humor. Cruzó la estancia y abrió la puerta con
expresión hosca.
- ¡Hola! - saludó fríamente.
Pero en el acto se sintió como si estuviera a bordo de una primitiva nave espacial que
acabara de entrar en caída libre; ingrávido y desesperanzado bajo el brillo de las estrellas.
- ¡Oh! - exclamó -. No sabía... Entre.
Cynthia Denison se detuvo un momento, mirando al bar, por encima del hombro
varonil. Había colgadas dos lanzas cruzadas y un yelmo con crines de caballo,
pertenecientes a la Edad Aquea del Bronce. Eran oscuros y brillantes; increíblemente
bellos. Trató de hablar con firmeza, pero no pudo.
- ¿Me puede dar un trago? ¿En seguida?
- ¡Claro que sí! - repuso él.
Apretó fuertemente los labios y le ayudó a quitarse el abrigo. Ella cerró la puerta y se [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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