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nocturno. Era un hombre que conocía desde la época en la que yo ejercía de detective y
entrenaba a las fuerzas del orden de Blauvain, un policía de la vieja guardia llamado Jaker
Reales.
—Jaker —le dije—. Tengo a un par de personas que me interesa que permanezcan
encerradas en la habitación de atrás. Espero regresar en una hora, más o menos, para
recogerlos; pero si no vuelvo entonces, asegúrate de que no salgan y de que nadie les
vea o averigüe que se hallan aquí. No me importa la clase de ruidos que puedan provenir
de la sala, todo está en la imaginación del que crea que los oye...; si no vuelvo, mantenlos
ahí como mínimo veinticuatro horas.
—Entendido, Tom —repuso Jaker—. Déjelo en mis manos, señor.
—Gracias, Jaker —di)e.
Salí y me encaminé de vuelta al Cuartel General de la Expedición. No se me había
ocurrido preguntarme qué haría lan ahora que los Equipos de Cazadores habían sido
retirados. Hallé el Cuartel General silenciosamente ocupado por oficiales..., oficiales que a
toda vista eran en su mayoría Dorsais. No se veía a ningún soldado de las tropas.
Iba preparado para tener que explicar varias veces que deseaba ver a lan; sin
embargo, los hombres de guardia me sorprendieron. Sólo tuve que esperar cuatro o cinco
minutos fuera del despacho privado de lan antes de que seis Comandantes de alta
graduación, con Charley ap Morgan entre ellos, salieran.
—Bien —dijo Charley haciendo un gesto con la cabeza en mi dirección cuando me vio;
entonces continuó sin ninguna explicación suplementaria de lo que quería dar a entender.
Yo no tuve tiempo de mirarle. lan me aguardaba.
Entré. lan se sentaba, enorme, detrás de su escritorio y me esperaba. Cuando entré me
indicó una silla enfrente de él. Me senté. Sólo se encontraba a unos centímetros de mí,
pero de nuevo tuve la impresión de que una vasta distancia nos separaba. Incluso aquí y
ahora, bajo las suaves luces de este despacho nocturno, transmitía, de manera más
acentuada que cualquier Dorsai que hubiera conocido, una sensación de diferencia.
Generaciones de hombres preparados para la guerra le habían construido como ser
humano; yo no podía volcarme hacia él tal como Pel y otros lo hicieran con Kensie. Lejos
de despertar algún afecto en mí, mientras permanecía allí sentado, un viento frío, como el
de una cima montañosa helada y desnuda, pareció soplar desde él hacia mí,
produciéndome escalofríos. Pude comprender lo que comentaba Pel, sobre que lan era
todo hielo y nada sangre; y no encontré en mi interior ningún motivo para que yo hiciera
algo por él..., salvo que, como el hombre cuyo hermano había sido asesinado, merecía
toda la ayuda que cualquier persona decente y de orden pudiera brindarle.
Aunque también me debía algo a mí mismo, y al hecho de que no todos en Santa
María éramos villanos, como Pel.
—Tengo algo que decirle —expuse—. Es acerca del General Sinjin.
Asintió despacio.
—Esperaba desde hace tiempo que usted viniera a verme con esa noticia —me
comunicó.
Le miré con los ojos abiertos.
—¿Sabía lo de Pel? —pregunté.
—Sabíamos que alguien de las autoridades de Santa María debía estar involucrado en
lo sucedido —me respondió—. Normalmente, un oficial Dorsai permanece alerta ante
cualquier situación potencialmente peligrosa. Pero surgió esa falsa invitación a la cena; y,
luego, los asesinos aparecieron en el lugar adecuado y en el momento preciso, justo con
las armas apropiadas. También nuestro Equipo de Cazadores halló claras evidencias de
que el encuentro no fue accidental. Como he dicho, a un oficial como el Comandante de
Campo Graeme no se le mata con tanta facilidad.
Me resultó peculiar estar sentado allí y escucharle pronunciar el nombre de Kensie de
ese modo. El título y el nombre resonaron en mis oídos con la extrañeza que uno siente
cuando alguien habla de sí mismo en tercera persona.
—¿Pero Pel...?
—No sabíamos que era el General Sinjin la persona involucrada —repuso lan—. Usted
lo acaba de identificar al venir en este momento a hablarme de él.
—Pertenece al Frente Azul —declaré.
—Sí —dijo lan asintiendo.
—Le he conocido durante toda mi vida —comenté con cuidado—. Creo que ha sufrido
una especie de crisis nerviosa por la muerte de su hermano. Ya sabe, él le admiraba
mucho. Sin embargo, sigue siendo el hombre con el que yo crecí; y a ese hombre no
pueden obligarle con facilidad a realizar algo que no desea. Pel dijo que no nos informaría
de nada que ayudara a localizar a los asesinos, y no cree que podamos obligarle a
hacerlo en el plazo de las seis horas que faltan para que sus soldados comiencen su
búsqueda en Blauvain. Como le conozco, me temo que tiene razón.
Dejé de hablar. lan permaneció sentado detrás del escritorio, mirándome, simplemente
a la espera.
—¿No lo entiende? —inquirí—. Pel nos puede ayudar, pero no conozco ninguna
manera de conseguir que lo haga.
lan siguió sin pronunciar palabra.
—¿Qué desea de mí? —por fin casi le grité.
—Lo que tenga que darme —me dijo. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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